Entrevista a Sandra Ibarra: «Si hoy me pasara algo, la parte del mundo que me ha tocado la dejo mejor»

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UNA MIRADA OPTIMISTA A LA VIDA

Sandra Ibarra nunca pudo imaginar que la palabra modelo le vendría como un guante. Porque hoy, si se busca la imagen de la lucha contra el cáncer, sale la suya

Llegó a Madrid a los 20 para probar suerte en la moda y aún recuerda la emoción de su primer ‘Telva’ en las manos. Sandra Ibarra (Medina del Campo, Valladolid, 1974) no imaginó entonces que la vida le cambiaría pasarela por pasillo de hospital, pero decidió que si había que caminar recta y con la cabeza alta, lo haría por todas y cada una de las etapas del plan C(áncer). 25 años después, esta «gran superviviente» ha dejado atrás dos leucemias y ha puesto por delante el ejemplo de que se puede. Y si hay que hablar de portadas, aquí la suya: su legado brilla en el ‘front row’ de la lucha contra el cáncer gracias a su fundación y a su escuela de vida.

– Modelo, empresaria, comunicadora, filántropa. Dígame algo de usted que no sepa…

– Soy abrazadora de caballos.

– Suena bien. Explíquemelo.

– Es una afición que he convertido en mi profesión. En una época de mi vida estaba muy estresada, a punto de perder mi salud por salvar a los demás, así que decidí tener ocio. Me gustaban ya los caballos, y tuve la suerte de tener una profesora que me enseñó muchas cosas, entre ellas que los caballos son seres vivos a los que les pasan cosas, que no son una bicicleta. Para mí fue fascinante. Cuando llegó el verano, nos subimos a Asturias y conocí a ‘Hércules’. Era un caballo en libertad: para cogerlos se tarda un tiempo, pero cuando me acerqué me dejó montarlo. Al día siguiente no solo eso, sino que vino hacia mí. Me acabé recorriendo la sierra con ‘Hércules’ a la voz, sin darle con las piernas para que respondiera. Fue tan increíble que hablé con un susurrador de caballos y me dijo que aquello era un don que tenía que trabajar.

– ¿Ha superado ya su muerte?

– No, en todos los caballos lo veo. Ahora tengo a su sobrina, y la verdad es que tiene muchas cosas de ‘Hércules’. Pensarán que estoy loca por decirlo (risas). Él me ha enseñado a amar a los caballos.

– ¿De dónde viene su fuerza?

– Imagino que del entrenamiento del músculo del optimismo, que es un trabajo que no termina. Nunca soñé que iba a tener cáncer, pero fue así y decidí integrarlo en mi vida, no esperar a estar curada para vivir porque, al final, lo que pasa es la vida. La risa ha sido otro pilar, porque, a pesar de mi imagen de seria, soy una contadora oficial de chistes (cuenta uno).

El peso de no ser madre

– Única superviviente de la planta hospitalaria donde superó sus dos leucemias. ¿En qué medida ese privilegio la obligó a sumar?

– La primera vez fue hace 25 años, cuando aún estábamos en el Paleolítico del cáncer. Fui la primera persona que salió en televisión a decirlo. Es verdad que José Carreras tuvo el mismo tipo de leucemia, pero él fue noticia porque se fue a Seattle a tratarse. Yo era modelo, de Medina del Campo, y me iba a curar en la Seguridad Social. Fue un mensaje que caló en una época en la que la gente se apartaba porque pensaba que el cáncer se contagiaba. Poniendo en contexto todo eso, cuando supe que estaba curada, me puse en marcha y ya no pude parar.

– ¿Ahí nació su fundación?

– Sí, tenía un desgaste muy grande porque no encontraba la conexión de esa ayuda que intentaba dar a la gente. No valía la buena voluntad, había que profesionalizarla. La fundación me permite firmar convenios, crear becas, impulsar la investigación, medir resultados, generar alianzas…

– La palabra superviviente, ¿está hecha a su medida?

– ¡Es que cuando te dicen que tienes cáncer te entran unas ganas de vivir que no te imaginas! Es entonces cuando hay que elegir si quieres ser víctima o protagonista de tu vida: yo elegí lo segundo. Además, puedo decir que, si hoy me pasara algo, la parte del mundo que me tocaba la dejo mejor.

– ¿Y qué enseñan en su escuela de supervivientes?

– El superviviente es una persona que ha pasado los cinco años desde el diagnóstico de la enfermedad y está libre de tratamiento. Es un nuevo perfil en la sociedad, pero no hay cobertura para nosotros. Los médicos te dicen: «Para todo lo que has tenido, eso ya no es nada». Y ese ‘nada’ es tu infertilidad, tu osteoporosis, tu fatiga crónica, tu situación de abandono… La escuela nace de ese ¿ahora qué? Por ejemplo, en mi época no se preservaba la fertilidad, te tenías que conformar con que te salvaran la vida. Yo no puedo ser madre, pero ahora sí se puede.

– ¿Le pesa eso?

– Me ha pesado y me pesa, pero he sabido colocarlo donde toca. Y luego pienso que sigo siendo una privilegiada, además de la tía oficial de todos los hijos de mis amigas y de mis hermanas.

– Y Juan Ramón Lucas, su pareja, ¿es el gran hombre que hay detrás de la gran mujer?

– Detrás no, al lado. Juan Ramón es una persona extraordinariamente vital, vive el doble que los demás. Tiene mucha pasión por las cosas que hace, se vuelve un niño, y eso es una cosa preciosa.

– El día que se anuncie que el cáncer se cura. ¿Cómo lo imagina?

– (Se toma su tiempo y se emociona). Pues mira, que un tal Juan Ramón Lucas empiece el programa a las ocho, con las señales horarias, y diga que el cáncer se puede curar. Buah, ¡sería brutal!

 

Periodista: Ana Pérez-Bryan

Publicado en la contraportada de los periódicos de Vocento el domingo 16 de agosto de 2020

Publicado en las ediciones digitales de Vocento el lunes 17 de agosto de 2020

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